martes, 21 de agosto de 2012

"Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee"


Parafraseando a Unamuno, “cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”. Una persona que no lee, está  anclada a los prejuicios, supersticiones y a la aprensión. Del mismo modo, la otra cara de la moneda: mayor posibilidad de sugestión, influencia o persuasión.
Les planteo un ejemplo: dos libros, dos autores. Uno dice que la fachada de la casa de Antonio es amarilla, el otro, por el contrario, afirma que es verde. ¿Cómo saber quién tiene razón? Seguramente, el que lea los dos libros, podrá contrastar la información, de manera que la existencia de datos inexactos o su ausencia podrían inducirle a pensar que uno u otro miente. Claro, que también podría darse cuenta de que ambos tienen razón, sólo que su explicación atiende a momentos de tiempo distintos y que la fachada de la casa de Antonio efectivamente fue amarilla, hasta unos años después, cuando Antonio la pintó de verde. Podría, incluso, darse cuenta de que la casa de Antonio del primer libro y la del segundo no es la misma casa, ni siquiera ha de referirse al mismo Antonio, pero, para ello, debería, al menos, leer los dos libros. Quien sólo haya leído el primer libro, no tendrá por qué dudar que la fachada de la casa de Antonio es amarilla, del mismo modo que quien lea el segundo pensará que es verde.
Extrapolando la frase de Unamuno a otros ámbitos de la vida cotidiana (prensa, televisión…) nos encontramos con una mayoría de la población acomodada, que no encuentra la necesidad de “leer”. ¿Por qué molestarse en leer los dos libros si con uno ya vas a saber la respuesta? ¿Por qué leer uno, si algún conocido que ya lo ha leído antes puede contármelo? Y es precisamente, esta postura, la que impide plantearse otros interrogantes como: ¿Quién me lo contó se habría leído el libro?  ¿El libro se ajusta a lo que me contaron? ¿Realmente existe ese libro? Seguramente, este amplio sector de la población al que me refiero, carezca de la motivación que le empuje a decidir leer porque sus vidas han derivado en una rutina donde no hay lugar para libros (extraños o convencionales) que puedan alterar su estado de bienestar personal, pues una gruesa barrera les separa de la realidad, en tanto en cuanto no logre alcanzarles. Se mantienen al margen, haciendo tareas poco o nada productivas, pero más fáciles, despreocupadas, en fin, cómodas.
Vivimos tiempos complejos, donde en cualquier informativo de televisión, periódico o programa de radio escuchamos conceptos macroeconómicos,  como si de un gol del Valencia C.F. se tratara. Políticos, economistas, periodistas,  lanzan hipótesis y anuncian decisiones. La mayoría afecta a todos los ciudadanos, salvo, claro está, a la rutina del amplio sector de personas acomodadas, inmunes a todo ello, gracias a la barrera.
Lo bueno de todo esto es que el día en que alguien despierte del letargo y decida atravesar la barrera, el primer libro estará ahí para decir que la casa de Antonio es amarilla, como también estará el segundo, para afirmar que es verde. E incluso, quien lea ambos libros, podrá extraer sus propias conclusiones y contraponerlas con las del conocido que, en su día, le contó el libro.
Quizá la casa de Antonio sea amarilla o quizá exista un tercer libro que diga que es granate. Pero para saberlo, irremediablemente, tendrán que leer.

Poble de Nàquera