Parafraseando a Unamuno, “cuanto
menos se lee, más daño hace lo que se lee”. Una persona que no lee, está anclada a los prejuicios, supersticiones y a
la aprensión. Del mismo modo, la otra cara de la moneda: mayor posibilidad de
sugestión, influencia o persuasión.
Les planteo un ejemplo: dos
libros, dos autores. Uno dice que la fachada de la casa de Antonio es amarilla,
el otro, por el contrario, afirma que es verde. ¿Cómo saber quién tiene razón?
Seguramente, el que lea los dos libros, podrá contrastar la información, de
manera que la existencia de datos inexactos o su ausencia podrían inducirle a
pensar que uno u otro miente. Claro, que también podría darse cuenta de que
ambos tienen razón, sólo que su explicación atiende a momentos de tiempo
distintos y que la fachada de la casa de Antonio efectivamente fue amarilla,
hasta unos años después, cuando Antonio la pintó de verde. Podría, incluso,
darse cuenta de que la casa de Antonio del primer libro y la del segundo no es
la misma casa, ni siquiera ha de referirse al mismo Antonio, pero, para ello,
debería, al menos, leer los dos libros. Quien sólo haya leído el primer
libro, no tendrá por qué dudar que la fachada de la casa de Antonio es
amarilla, del mismo modo que quien lea el segundo pensará que es verde.
Extrapolando la frase de Unamuno
a otros ámbitos de la vida cotidiana (prensa, televisión…) nos encontramos con
una mayoría de la población acomodada, que no encuentra la necesidad de “leer”. ¿Por qué molestarse en leer los
dos libros si con uno ya vas a saber la respuesta? ¿Por qué leer uno, si algún
conocido que ya lo ha leído antes puede contármelo? Y es precisamente, esta
postura, la que impide plantearse otros interrogantes como: ¿Quién me lo contó
se habría leído el libro? ¿El libro se
ajusta a lo que me contaron? ¿Realmente existe ese libro? Seguramente, este
amplio sector de la población al que me refiero, carezca de la motivación que
le empuje a decidir leer porque sus
vidas han derivado en una rutina donde no hay lugar para libros (extraños o
convencionales) que puedan alterar su estado de bienestar personal, pues una
gruesa barrera les separa de la realidad, en tanto en cuanto no logre
alcanzarles. Se mantienen al margen, haciendo tareas poco o nada productivas,
pero más fáciles, despreocupadas, en fin, cómodas.
Vivimos tiempos complejos, donde
en cualquier informativo de televisión, periódico o programa de radio
escuchamos conceptos macroeconómicos, como
si de un gol del Valencia C.F. se tratara. Políticos, economistas, periodistas,
lanzan hipótesis y anuncian decisiones.
La mayoría afecta a todos los ciudadanos, salvo, claro está, a la rutina del
amplio sector de personas acomodadas, inmunes a todo ello, gracias a la
barrera.
Lo bueno de todo esto es que el
día en que alguien despierte del letargo y decida atravesar la barrera, el
primer libro estará ahí para decir que la casa de Antonio es amarilla, como
también estará el segundo, para afirmar que es verde. E incluso, quien lea ambos libros, podrá extraer sus propias conclusiones y contraponerlas con las del conocido que, en su día, le contó el libro.
Quizá la casa de Antonio sea
amarilla o quizá exista un tercer libro que diga que es granate. Pero para
saberlo, irremediablemente, tendrán que leer.
Poble de Nàquera
Poble de Nàquera