martes, 6 de agosto de 2013

Hablemos de "preferentes": el nuevo tocomocho.


Hay quien piensa que el truco está en el nombre: "preferentes". Y es que, ¿cómo resistirse? Algo “preferente” no puede ser malo, pues el mismo nombre le otorga una cierta distinción, un carácter de prevalencia y superioridad jerárquica del resto, en definitiva, lo opuesto a la mediocridad.
Las participaciones preferentes son un instrumento financiero emitido por una sociedad que no otorga derechos políticos al inversor, ofrece una rentabilidad supeditada a la obtención de beneficios y cuya duración es indefinida. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) las define como valores cuya rentabilidad es variable y no garantizada, por lo que son instrumentos complejos y de riesgo elevado. Los inversores de estos productos complejos son los últimos en cobrar en caso de quiebra de la entidad, sólo antes de los accionistas.
Los bancos que utilizando medias verdades (en el mejor de los casos), y en el peor, abusando descaradamente de la confianza de sus clientes, se han comportado como auténticos profesionales del tocomocho, cambiándoles a cientos de miles de  personas que confiaban en ellos las estampitas de las participaciones preferentes por sus ahorros de toda la vida.  El desconcierto aumenta además, cuando te das cuenta de que la única manera de conseguir que el banco de marcha atrás en ese contrato maligno que te ha suscrito es que venda tus preferentes a otro incauto que vuelve a confiar en su director de sucursal porque es el de toda la vida, el que te va a aconsejar bien, y del que puedes fiarte con plena tranquilidad.
Es decir, se depositan los ahorros en un activo, a cambio de una supuesto interés (un 3 o 4%). Este depósito se realiza perpetuamente, sin posibilidad para el cliente de amortización; sin garantía de rentabilidad y sin la garantía de mínimos del sistema financiero español. Podría entenderse que esto se asemeja más a un préstamo al Banco, ya que les ha permitido, a través de estos instrumentos derivados, o activos tóxicos financiarse. Un préstamo desmedido por el que ni siquiera se garantiza el pago de un interés y no hay garantía de devolución  del capital, ni hay, cuidado, obligación legal de hacerlo.
Prácticamente todos los bancos y cajas de ahorros españolas han comercializado estos valores. Siendo el perfil del cliente medio español que ha comprado participaciones preferentes, generalmente el de un jubilado que, con los ahorros de toda su vida, buscaba una rentabilidad para una mejor vejez, constituyendo, sin duda, razón de peso para considerar que estamos ante un escándalo mayúsculo.
La mayoría de los afectados, desconocían lo que contrataban.  Nada más y nada menos que un depósito a perpetuidad de dudosa legalidad e incierta regulación. Generalmente, el capital es irrecuperable a voluntad del cliente. Únicamente, se puede rescatar si la entidad financiera lo autoriza o lo desea. Tampoco se garantiza el capital, que se puede perder; ni el interés (las participaciones preferentes  pueden llegar a no dar rentabilidad), no está garantizado por el Fondo de compensación, y en la jerarquía de créditos (ahí va la paradoja): la participación preferente está por detrás de todos.
Todas estas circunstancias y condiciones, que los vendedores del sector financiero conocían, estaban incluidas en casi todos los casos en el clausulado;  en la letra pequeña que los incautos y confiados clientes, pequeños ahorradores,  firmaban sin leerlo. Estamos ante una estafa ya que, la (y permítanme la expresión) “basura financiera” vendida a cientos de miles de españoles, se vendió haciendo uso de la confianza. Quien adquirió estos productos lo hizo (sin lugar a dudas) porque se lo vendió el empleado o el director de sucursal  al que conocía de toda la vida y en quien confiaba. Esa cara amable y honrada que convierte la estafa en especialmente maliciosa, perversa. Evidentemente coincidirán conmigo en que nadie en su sano juicio, y con conocimiento de ello, adquiriría un producto en el que se depositan los ahorros de toda la vida perpetuamente; puesto que nadie arriesga su futuro en una operación en la que, insisto, nada está garantizado.
Prácticamente en la totalidad de los casos se mantiene una constante: el engaño en cuanto a la disposición del dinero. Se dijo que el capital se podía disponer en cualquier momento y se firmó exactamente lo contrario. No se informó que era un producto derivado, que cotizaba en el mercado secundario, y que llevaba inherente la aceptación de un enorme riesgo financiero.
Estamos ante un escándalo mayúsculo, una estafa monumental, de una magnitud económica enorme y que como es habitual silenciada y omitida selectivamente por los políticos.
El escándalo se ha destapado cuando algunos de los clientes que han necesitado su dinero (ese del que podían disponer en cualquier momento), han visto que no podían hacerlo, siendo informados, entonces, de que eran víctimas de semejante estafa.
Las soluciones que las entidades están ofreciendo son de distintos tipos. Algunas tan insultantes que sólo merecen el mayor de los desprecios, como ofrecer un préstamo por el mismo importe que se depositó a un bajo interés (por supuesto con la obligación de devolver el capital y el interés). Otras entidades  ofrecen  convertir las preferentes en obligaciones subordinadas y en obligaciones convertibles (acciones). Algunas entidades han ofrecido recuperar en un año un 30% en acciones y el 70% en acciones u obligaciones que se harán liquidas dentro de 10 años. Todo ello sin garantizar, la recuperación del capital y con el agravante de que a las entidades bancarias les beneficia esta conversión para cumplir los acuerdos de Basilea. Otras entidades han propuesto la realización de arbitrajes, que han devuelto el dinero a clientes con pequeñas cantidades, pero no tan favorables para el resto, con la agravante añadida de la consiguiente renuncia a la vía judicial.
La opción que parece más factible, la que siempre queda: la vía judicial. En Valencia, comienzan a dictarse sentencias (los siete casos más sangrantes de las preferentes) estimatorias, que obligan a las entidades a devolver el dinero a los clientes. Un horizonte esperanzador, pese a que, claro está, la particularidad de los juicios dependerá de las circunstancias personales de cada uno. 
En cualquier caso, si se han visto afectado por esta estafa de las preferentes, no deben quedarse indiferentes. Han sido estafados y merecen una solución que permita recuperar los ahorros.